p.7genios en salsa verde

Madrid no le recordaba nada. Ni a Nueva Delhi ni a Londres, ni, menos aún, a Nueva York, las tres ciudades donde más tiempo había pasado, y que aquellos primeros días se le estaban haciendo muy largos.

Se pasaba el tiempo echada en la cama, en el cuarto amplio y limpio de la pensión, con sus muebles convencionales, no exentos de cierta elegancia, y sus cuadros banales, pero agradables: paisajes imposibles de localizar y un moro enturbantado; se le iban las horas echada en la cama, leyendo revistas inglesas que le daban en la embajada, procurando no pensar en nada: lucha perdida de antemano contra sus tercos recuerdos, tan densos y tupidos que se empañaban unos a otros, a pesar de lo joven que aún era: veinticinco años apenas cumplidos.

Al principio hacía bien su trabajo. Estaba en una empresa de exportación e importación donde necesitaban una secretaria inglesa para llevar la nutrida correspondencia con el extranjero, en torno, más que otra cosa, a complicadas regulaciones cuyo único objeto parecía ser impedir toda importación que no estuviera bien lubricada por recomendaciones y sobornos y compadreos, cosas éstas que a ella le chocaban y hasta divertían, pero en las que su jefe era muy ducho, un hombre a caballo entre la juventud y la madurez,aunque esta última solamente física, porque a pesar de su aparente aplomo y reserva llena de seriedad, Pleasance le encontraba muy infantil.