p.7el hongo de durero

Susan Sarandon se frotaba despacio los pechos con limón mientras escuchaba, en un radiocasete, a María Callas cantando el aria “Casta diva”. Se había quedado hasta el final de los títulos de crédito para ver qué era aquella música intensa, serena, como un denso río de sentimiento desbordado. “Casta diva”, un aria de Norma, de un tal Bellini. Luego, en casa, buscó en la enciclopedia que había pagado a plazos. Compositor italiano de inicios del siglo XIX. Había muerto a los treinta y cuatro años. Ella no había ido nunca a la ópera, ni sabía nada de esa clase de música. Tampoco recordaba el título de la película.

Susan Sarandon se frotaba los pechos con limón para quitarse el olor a arenque podrido. Trabajaba todo el día despachando ostras en el restaurante de una ciudad americana donde había casinos de juego y salas de fiesta. El olor a ostras, al cabo de las horas, se vuelve olor a arenque podrido. Pero no era Las Vegas. Era otra. La película se titulaba como la ciudad. No se acordaba del nombre. Siempre se olvidaba del título de las películas, aunque le gustaran.

Una vez calculó el número de veces al día que oía el pitido de la caja ala reconocer los precios. No los contó. Se basó en las cifras de la empresa sobre la media de productos que vendían a diario. Había conseguido olvidarlo, asustada. Se…