p.7el cuarteto de praga

Es uno de esos días de verano en que se pone a llover, se suspende el concierto al aire libre y se anula el contrato para la gira por España; y los papeles para editar el disco, que no están, y la desesperación, el recuerdo de Matriochtka, sonata número siete de Mozart, K 332, partitura revisada por Béla Bartól, en Budapest, en 1926, pause, pause, el tiempo de que la llene el tranvía veintidós que cambia de raíles con un tableteo sordo, muy ensayado, pause, pause, se hizo anunciar el agua por un vahído de coles que subió desde la calle a través de las rejillas de ventilación y por el ruido del motor de los coches, al pasar, más dura la reducción a primera, silabeada, con una estela deslizante que se prolongaba en los últimos charcos de la curva de U Slavie, cerca ya del stadium.

Hasta las ocho, o quizá algo más, sólo fue el brillar de las hojas del geranio que pendían por fuera de su ventana, la corrosión de imprecisos ruidos callejeros en el aire compacto y acolchado del apartamento, el brillar de las hojas junto al suave hedor de cañerías sublevadas; conectó la Sender Freies Berlín, que era tan exacta en lo de la metereología y en todo lo demás había mejorado algo; confirmó aquella voz, en un alemán contenido y fiable que el frente nuboso había llegado al valle del Moldava y que…